El radicalismo irrumpe como expresión de los reclamos nacionales, populares, federales y democráticos. Pero esa irrupción es estremecedora, porque hay una lealtad de fondo a la Constitución Nacional.
La idea del protagonismo popular, el rescate yrigoyeniano del sufragio, era una idea transformadora y emancipadora a la vez, porque nada podría seguir igual con el voto libre del pueblo y porque no se podría vender al país con el voto libre del pueblo.
El radicalismo habla desde el primer momento de la importancia que tiene la moralidad administrativa, la conducta de los gobernantes. El radicalismo es, antes que una ideología una ética. La lucha contra los corruptos, contra la inmoralidad y la decadencia, es el reaseguro del protagonismo popular.
El radicalismo siempre se opuso a que una pequeña minoría de la población, considerada a sí misma como población combatiente, erigiera al gobierno en reemplazo del pueblo.
El radicalismo aspira a la coexistencia de las diversas clases y sectores sociales, de las diversas ideologías y de diferentes concepciones de vida. Es pluralista, lo que deja cierto espacio a cada uno de los factores y posibilita así la renovación de los gobiernos y la renovación de los partidos.
La conducta radical implica, una garantía para los ciudadanos. Desde la oposición o el Gobierno, la Unión Cívica Radical dio muestras de decisión y coraje.
La interpretación de la política como un apostolado, desde el primer momento de su historia, permitió que se incorporaran a sus filas jóvenes idealistas ansiosos de luchar por una causa justa. La UCR retempló sus espíritus, los movilizo para el ejercicio inalienable de los derechos civiles, les enseño a perfeccionar cada día su propia dignidad.
Es al mismo tiempo, un factor insustituible de paz. Una paz que no nace de la claudicación, sino de la perseverancia en la realización de una política de principios.
La fuerza cívica de Alem y de Yrigoyen constituye un instrumento digno en la búsqueda de la democracia social para la Argentina.
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